Nuevo número de la revista Crítica Urbana: Urbanización y crisis ambiental
20 septiembre, 2021«Geopolítica de los recursos energéticos», nuevo libro de Eva María Martín-Roda
20 septiembre, 202123 centímetros de separación
Reproducimos el artículo publicado por el profesor Josep Vicent Boira en La Vanguardia:
23 centímetros de separación
Josep Vicent Boira
Hay veces en las que la historia divergente de los países se mide por unos pocos centímetros de distancia. No son responsables ni los siglos de aislamiento religioso, ni el rosario de fortalezas defensivas que erizan la frontera, ni las dictaduras que censuran o encarcelan, ni siquiera la Santa Inquisición, que prohibía libros e ideas. Hay veces en que hay que buscar la culpa en realidades mucho más materiales y simples. Este ha sido el caso de España. Una veintena de centímetros, el tamaño de una barra ordinaria de pan, apenas dos palmos… Porque esta es la distancia que media entre el ancho de vía de los trenes con el que España se dotó a mediados del siglo XIX y el de la gran mayoría de países de Europa. En concreto, 23 centímetros: si el ancho de vía español (y portugués, por ello el ibérico) es de 1,66 metros (1.668 mm para ser exactos), el de la mayor parte de los estados europeos fue de 1,43 cm (1.435 mm). El desastre estaba servido.
Permítanme un inciso. Observo con una poco disimulada satisfacción la vuelta del interés periodístico y mediático español hacia la filosofía de Empédocles de los elementos fundamentales de la existencia: el agua, la tierra, el aire y el fuego. Por fin comenzamos a abandonar la dimensión de las ideas abstractas y del conflicto entre esencias, etéreo y eterno. La materialidad de la política española de este decenio vendrá dada, en gran parte, por la reconfiguración, como en el siglo V antes de Cristo, de aquellos cuatro elementos fundamentales, aunque a partir de una formulación actualizada. Una parte sustancial de la (geo)política española comienza a lanzar señales de comprender la importancia de los elementos materiales para nuestro futuro. ¿De qué van si no los debates recientes sobre el precio de la electricidad (eólica, hidráulica o generada por combustión)? ¿O las preocupaciones sobre el abastecimiento del gas natural (con sus mapas geopolíticos, tan bien explicados en estas mismas páginas, por Enric Juliana)? ¿O los conflictos sobre el uso y el reparto del agua? Por no hablar del suelo, de la tierra, de su uso, de su destrucción, de su conservación, de su disfrute o de su padecimiento… En esta vuelta a lo material de la vida (aire y fuego, agua y tierra), no podía faltar una historia intelectual y social española separada de la europea por apenas 23 centímetros de vía férrea.
No creo exagerar. Cuando las capitales de los países europeos comenzaron a enlazarse por los caminos de hierro de un medio de transporte revolucionario, como fue el ferrocarril, España dormitaba tras sus 23 centímetros de separación de vía. Mientras poetas y poetisas, compositores, escritoras e intelectuales, políticos y empresarios viajaban en tren conformando la cultura europea a golpe de paletada de carbón, nube de vapor y letreros en varias lenguas en las estaciones ferroviarias, España se acostumbraba a la placidez de un tren que moría en la frontera y que hablaba castellano. Debieron pasar más de 120 años hasta que en España se pudo ver un tren que hiciera lo mismo que en 1846 un ferrocarril había hecho entre París y Bruselas: traspasar una frontera estatal. Así lo hizo en 1969 el Catalán Talgo, dotado con un eje de ancho variable, que realizó el servicio Barcelona-Ginebra y que se sumaba así a lo que, pocas semanas antes, había hecho, cambiando de locomotora en Irun, otro talgo que esta vez debía unir Madrid con París.
Una de las ideas que más me gustaría explorar es justamente la importancia de la materialidad en la vida de las naciones. A menudo infravalorada, la materialidad ferroviaria sería capaz de explicar buena parte de la pereza mental de lo español ante lo europeo, aquel grito de guerra de los y de las regeneracionistas. Por ello celebro que estemos dando los pasos para que, en el 2021, el año europeo del Ferrocarril, la plena comunicación ferroviaria entre España y el resto de la Unión, tanto para pasajeros como para mercancías, sea una realidad, comenzando con la implantación del ancho de vía internacional en el corredor mediterráneo. Porque con los trenes siempre han ido las ideas, la música, los libros, la cultura. Lo ha relatado fantásticamente Orlando Figes en su último libro sobre la cultura europea, en el que, lastimosamente, España se hallaba escasamente representada.
La materialidad ferroviaria explicaría buena parte de la pereza mental de lo español ante lo europeo.